Martes. 7 de la mañana. El despertador me recuerda mi
condición de ser humano y que debo levantarme. Se supone que entro a clase a
las 8.30. Nada hace pensar que hoy tenga que ser un día especial. Te levantas con
ese dolor de cabeza que no se puede describir, simplemente lo vivimos cada
mañana y hemos de convivir con él. Y de repente te acuerdas. Caes en la cuenta.
Se te ilumina la cara. Ni si quiera es de mi interés directo, pero tú día
adquiere sentido. Sabes que es una chorrada, que tú vida no depende de eso, pero
aún así no se te quita la sonrisa de la boca. No sabes por qué, pero lo sientes
y punto. Han pasado dos meses desde la última vez y te ha parecido una eternidad.
No necesita mayor explicación. Organizas todo para llegar quince
minutos antes. Sí, esos minutos para poder prepararte son básicos,
imprescindibles, irrenunciables. Te pones la mano en el pecho, al menos te
imaginas así, mientras tarareas la cancioncilla. Empieza el desfile y los
saludos. No valen para nada esos minutos, pero son condición necesaria para sentir ese cosquilleo en el estómago. Después empieza la magia. Señoras
y señores, hoy vuelve la Champions, y lo hace con uno de esos partidos, que
como buen amante del fútbol, jamás te debes perder…